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domingo, 05 de mayo de 2024 10:13h.
Opiniones

Vivimos la historia pero no la hacemos

No siempre se vive la historia en primera fila, habitualmente se lee de manera reposada al cabo del tiempo. Pero esta vez nos ha pasado por delante. En realidad, más que vivirla, nos ha tocado sufrirla. Distinta es la historia que viven en Túnez o en Egipto, donde son protagonistas, como lo fueron otros antes en la caída del Muro o incluso en la Transición española. Pero en la España de hoy toca vivir la historia que nos hacen otros.

No siempre se vive la historia en primera fila, habitualmente se lee de manera reposada al cabo del tiempo. Pero esta vez nos ha pasado por delante. En realidad, más que vivirla, nos ha tocado sufrirla. Distinta es la historia que viven en Túnez o en Egipto, donde son protagonistas, como lo fueron otros antes en la caída del Muro o incluso en la Transición española. Pero en la España de hoy toca vivir la historia que nos hacen otros. Un ejemplo: como dice el profesor Josep Maria Vallès, la privatización de las cajas de ahorros es la desamortización del siglo XXI, del mismo modo que en el siglo XIX hubo la desamortización de las tierras de la Iglesia y en el siglo XX la desamortización –privatización– de las grandes empresas públicas. Es la mayor operación económica conocida en España, ya que hablamos de la mitad del sector financiero y nunca hubo tanta acumulación de dinero en este país. Sin embargo, se hace sin apenas debate. A golpe de decreto.

Siendo importantes y dolorosas la reforma de las pensiones y del mercado laboral, que lo son y mucho –tampoco se trata de comparar, sino de analizar unas cosas y otras–, aún es más trascendental la desaparición irreversible de las cajas. Lo que pasa es que mientras la restricción de los derechos de los trabajadores se ve al día siguiente de aprobarse y el abaratamiento de las pensiones se intuye fácilmente, la privatización de las cajas parece algo lejano, incluso indoloro, pero no es así.

La clase política favorable a esta operación bestial tiene la suerte de que la gente está preocupada con lo urgente y de que las cajas ya le parecen un problema menor. Sin embargo, las consecuencias no tardarán en llegar de muy diversas maneras: habrá personas que van a quedar literalmente excluidas de los servicios financieros y muchos territorios irán viendo mermado su desarrollo económico, social y cultural, ya que la banca jamás hará el papel de las cajas. Además, residencias de mayores que hoy tiene España van a desaparecer y centros culturales que hacen más asequilbles para la gente el arte o el teatro, también. De todo esto nos iremos dando cuenta con el paso de los años, con lo cual el drama quizá parecerá menor. Pero conviene decirlo para que al menos no piensen que no nos damos cuenta.

A este análisis general para España se le pueden aplicar excepciones, por ejemplo en Cataluña y Euskadi, donde van a privatizar las cajas pero no a perder el control semipúblico de las entidades bancarias resultantes. Por desgracia, aquí hay que temer lo peor, es decir, que desaparezca la caja y que sus restos no queden bajo la esfera pública ni de Galicia. Estamos hablando de algo de una gravedad extraordinaria en términos financieros pero también sociales y culturales, de ahí que produzca asombro las reacciones conocidas hasta ahora. Un dato: La Caixa dota con 500 millones de euros al año su obra social, y tal y como han hecho los catalanes las cosas, porque se prepararon hace tiempo para ello, van a seguir haciéndolo, al tiempo que tendrán por primera vez en su historia uno de los grandes bancos de España. ¿Y Galicia, qué?