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sábado, 18 de mayo de 2024 03:17h.
Opiniones

Lodos rojos en Hungría y en Galicia

El vertido venenoso de Hungría ha suscitado tal variedad de diagnósticos que a estas alturas cuesta distinguir la paja del grano en el inmenso palleiro de datos contradictorios que se ha levantado en un país teñido de rojo, de muertes, heridos y desolación.

El vertido venenoso de Hungría ha suscitado tal variedad de diagnósticos que a estas alturas cuesta distinguir la paja del grano en el inmenso palleiro de datos contradictorios que se ha levantado en un país teñido de rojo, de muertes, heridos y desolación. Salvando las distancias, sucede algo parecido con el plan de emergencias para Alcoa en Galicia, donde hay una instalación similar a la húngara y resulta que tanto la Xunta como los ayuntamientos de Cervo y Xove ignoran si la fábrica de San Cibrao, en el norte de Lugo, tiene un plan de emergencia exterior en caso de accidente en su gigantesca balsa de lodos rojos. Los planes municipales alertan de riesgos pero desde el Gobierno gallego cubren a la multinacional.

Cuesta creer que haya administraciones capaces de ocultar el bosque de riesgos que eventualmente puede afrontar la población, como nos relató aquí en Xornal de Galicia el periodista Xabier R. Blanco. Y es que hay cosas que no solo pasan en Hungría: recordemos, por ejemplo, lo sucedido el 25 de abril de 1988, con el vertido de Aznalcóllar, en Sevilla. En otras palabras, preservar los intereses económicos y políticos que están en juego, incluso los laborales, no justifica la confusión destinada a enturbiar la magnitud de la catástrofe de Hungría ni eludir la transparencia en el caso de los riesgos de la balsa de lodos del norte de Lugo.

Ojalá hablásemos de una exageración, pero no es el caso. La catástrofe de Hungría tiene su origen en el derrame del lodo generado al derivar la bauxita en aluminio, es decir, la misma materia que Alcoa lleva acumulando en su embalse de Lugo desde hace 30 años. Si los expertos consultados por Xornal de Galicia exigen a la Administración que controle la acumulación continua de este residuo por parte de la empresa, para evitar accidentes en el futuro, por algo será. Mientras, la opaca Alcoa vierte a un ritmo de 4.500 toneladas al día en una balsa de 75 hectáreas y unos 80 metros de profundidad. Cualquiera que se asome a Google Maps la encontrará a primera vista colocándose sobre el norte de Lugo o tecleando Xove. No está en Hungría, está mucho más cerca y apenas sabemos lo que pasa allí ni, lo que es peor, lo que pasaría si sucede algo como lo de Hungría.

“La información de Alcoa me recuerda a la que nos daban antes del caos de Doñana”. A la periodista Mercedes Cernadas no se lo dijo ningún indocumentado radical. Es la advertencia que le hizo Miguel Ferrer, presidente de la Fundación Migres e investigador del CSIC, la persona que dirigía la Estación Biológica de Doñana cuando, en 1998, la ruptura de la balsa de la mina de pirita de Aznalcóllar contaminó el corredor del río Guadiamar y llegó a las puertas del Parque Nacional. Como para tomar nota.

Conclusión: lo que acontece en la balsa de Alcoa requiere pronunciamientos claros de la empresa y de las instituciones y, sobre todo, hace imprescindible un plan de seguridad y de emergencias en condiciones. Se supone que en Alcoa ya saben que Galicia no está en el Tercer Mundo.